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Dios da y Dios quita: La paradoja de la fe en medio del sufrimiento

La historia de Job, recogida en el libro bíblico que lleva su nombre, es una de las narrativas más enigmáticas y profundas de toda la Escritura. A través de ella, se exploran temas de sufrimiento, fe, providencia y la naturaleza del bien y el mal.

La vida de Job es un testimonio de que el sufrimiento humano no siempre es resultado del pecado o de las acciones incorrectas. Job, un hombre recto y devoto, pierde de repente todo lo que tiene: sus bienes, sus hijos e incluso su salud. Pero a pesar de su pérdida y dolor, no maldice a Dios ni pierde la fe.

La frase «Dios da y Dios quita» nos recuerda que todo lo que tenemos en esta vida es efímero y que nuestra verdadera riqueza no se encuentra en las posesiones terrenales, sino en nuestra relación con Dios y en el legado espiritual que dejamos. No importa cuán profundas sean nuestras pérdidas, nuestra fe y confianza en Dios no deberían basarse en las circunstancias, sino en Su carácter inmutable y en Su promesa de redención.

Job, en medio de su sufrimiento, exclamó: «Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allá. Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito.» (Job 1:21). Esta afirmación refleja una profunda comprensión de la soberanía divina. Job reconoce que, aunque no comprende por qué sufre, Dios sigue siendo el dueño de todo y tiene un propósito para cada situación.

El dilema en el libro de Job no es tanto sobre por qué sufren los justos, sino más bien sobre cómo los justos deben responder ante el sufrimiento. La respuesta de Job es de integridad, perseverancia y confianza en Dios, incluso cuando todo parece ir en su contra.

Al final del libro, después de un intenso diálogo con Dios, Job recibe el doble de lo que había perdido. Pero más importante que la restauración de sus bienes es la profundidad de entendimiento y cercanía a Dios que alcanza a través de su experiencia.

La historia de Job nos desafía a mirar más allá de nuestras circunstancias y a confiar en que, aunque «Dios da y Dios quita», su amor y propósito para nosotros permanecen inquebrantables. En los momentos de prueba, en lugar de preguntarnos «¿Por qué?», podríamos preguntarnos «¿Para qué?». Tal vez el sufrimiento es una oportunidad para crecer, para fortalecer nuestra fe y para acercarnos más a Dios, quien, en Su infinita sabiduría, trabaja todo para nuestro bien.

FIN