“7 Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera; 8 respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí. 9 Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo.” (2 Corintios 12:7-9, Reina-Valera 1960).
Uno de los personajes cuya biografía es muy interesante, en el contexto del cristianismo primitivo, es sin duda la vida de Pablo de Tarso, de nombre judío Saulo de Tarso o Saulo Pablo; es llamado el “Apóstol de los gentiles”, el “Apóstol de las naciones”, o simplemente “el Apóstol”. Tenía raíces judías -educado a los pies de Gamaliel-, sin embargo, tuvo influencia de la cultura helénica y además interacción con el Imperio romano -poseía la ciudadanía-. Así que, si nos trasladamos a su época y pensamos en centros urbanos importantes del imperio romano de su momento como Antioquía, Corinto, Éfeso y Roma, veremos la gran influencia que tuvo en evangelizar y fundar comunidades cristianas. Por todo esto, en torno a su personalidad y obra se han realizado muchos escritos, películas y ensayos de todo tipo, hasta hacer algo contrario a lo que serían los mismos deseos de Pablo: exaltar a Jesucristo, y no ser Pablo mismo al que constituyeran en “Santo” y generar un culto en torno a su persona.
Un aspecto que me llamó poderosamente la atención, cuando lo leí por primera vez en La Biblia, se trata del “aguijón en la carne de Pablo”, pues me despertó curiosidad, pensé si se trataba de un dolor moral, espiritual, mental, o si realmente era un dolor físico…
¿Cuál sería este aguijón al que Pablo se refirió? En ningún lugar se menciona explícitamente de qué se trataba, uno puede especular al respecto, como lo han hecho muchos, incluso al señalar que se trataba de epilepsia, migraña, problemas del habla, y hasta tormentos sobre el pasado -de parte de un demonio-, al final son especulaciones, incluso una de las más “acertadas” que es indicar que el aguijó se refería a un problema de la vista. Esto por otras referencias a este mal que se pueden apreciar en otros contextos en torno a él. Ahora bien, adentrándonos en si se pudiera tratar de un problema de la vista, no se deriva este de que Jesús se le haya aparecido y por ello quedó temporalmente ciego, puesto que en el libro de Los Hechos se dice claramente que recibió la vista cuando un discípulo llamado Ananías oró por él. Entonces, no parece que sea por esa ocasión, sino por otra serie de eventos posteriores, por ejemplo, Pablo había sido apedreado, hasta quedar casi muerto, había pasado por azotes y grandes persecuciones en diferentes tiempos. En una ocasión hasta dijo: “De aquí en adelante nadie me cause molestias; porque yo traigo en mi cuerpo las marcas del Señor Jesús.”
Volviendo al tema de la vista, es la única enfermedad física a la que Pablo hace referencia, de manera recurrente, por ejemplo, cuando escribe en Gálatas “Pues vosotros sabéis que a causa de una enfermedad del cuerpo os anuncié el evangelio al principio; y no me despreciasteis ni desechasteis por la prueba que tenía en mi cuerpo, antes bien me recibisteis como a un ángel de Dios, como a Cristo Jesús. ¿Dónde, pues, está esa satisfacción que experimentabais? Porque os doy testimonio de que si hubieseis podido, os hubierais sacado vuestros propios ojos para dármelos.” (Gálatas 4:13-15 RVR1960) En otro momento también escribe “Mirad con cuán grandes letras os escribo de mi propia mano.” (Gálatas 6:11 RVR1960). Finalmente, con respecto a la carta o epístola a los romanos, antes del final de su tercer viaje misionero (alrededor de los años 57–59 de nuestra era; aproximadamente veinticinco años después de la resurrección de Jesucristo) Pablo dictó la carta, quizá también por su problema con la vista.
A pesar de este comentario en torno a que el “aguijón en la carne” pudiera ser un problema de la vista, igualmente no deja de ser especulación porque no se menciona explícitamente. Me parece que lo más valioso de este texto no es en sí mismo la naturaleza de este “aguijón” sino la razón por la cual Dios lo permitió -es diferente permitir a causar-. Cuando Pablo, quizá en diferentes ocasiones, ha solicitado que se le quite este aguijón, la respuesta que recibió fue: “Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad”. Entonces, al parecer, Dios permitió aquel aguijón difícil, con el propósito de mantenerle humilde debido a tanta revelación que había tenido Pablo, quien había sido usado por el Espíritu Santo, para ver y comprender cosas que no fueron dadas a otros. Entonces, por esta razón justificada quizá Pablo pudiera entonces exaltarse a sí mismo, o bien volverse arrogante, o lo que diríamos hoy con un ego muy elevado que desvirtuara su visión de las cosas y su verdadera posición delante de Dios, quien es el Creador de todo el universo, de nosotros mismos y todo el ambiente que permite nuestra existencia.
Nosotros, por características menos sobresalientes que las que pudiera presentar un personaje como Pablo, tendemos a la arrogancia, y a la sensación de autosuficiencia. Por ejemplo, si nos va bien en los negocios y nuestra economía mejora, o si nuestras ideas, con respecto a la materialización de un producto o un servicio, se llevan a cabo y otros nos alaban por esto, comenzamos a creernos más de lo que realmente somos, como si nosotros mismos nos hubiéramos dado el ser, o si nosotros nos hubiéramos asignado, por nuestros propios medios, algunas facultades o características para poder pensar o actuar. Aunque vivimos también inmersos en una cultura que admira a la meritocracia (sistema de gobierno en el que el poder lo ejercen las personas que están más capacitadas según sus méritos), todo es dado por Dios, incluso esos méritos no vienen de la nada sino que son regalos de Dios. En ocasiones, cuando personalmente he pretendido exaltarme por algún logro, como el ascenso a una montaña que parecía difícil, al estar ya descansando en la cúspide pienso: “¡Qué bueno es llegar hasta acá, pero Dios, por favor no me des la responsabilidad de administrar ninguno de mis sistemas –muscular, circulatorio, esquelético, respiratorio, nervioso, digestivo, urinario, endocrino, linfático, reproductor, tegumentario– porque no sabría que hacer y seguro terminaría muerto en poquísimo tiempo.
FIN