Es imposible para mí librarme de un idioma, de una cultura, de una herencia, de una forma de estructurar el pensamiento. Si hubiera nacido en la India, me levantaría por las mañanas para bañarme y después ofrecer flores y alimento a Ganesa, o tal vez a Krishna, Rama, Siva, Durga o cualquier otro. En Sri Lanka, Birmania, Tailandia, Kampuchea o Laos, estudiaría las Cuatro Nobles Verdades del Buda; en China, mi credo sería el taoísmo o el confucianismo; en Japón, podría haber sido el hijo de un sacerdote sintoísta, entonces, cada mañana, antes del desayuno, ofrecería un vaso de agua y un tazón de arroz cocido sobre el kamidama. En Israel, el judaísmo sería mi pasión: podría ser adepto a un judaísmo ortodoxo, un judaísmo reformado o un judaísmo conservador; en Arabia, sería musulmán, es decir, “uno que cumple o practica el islam”, y mi dios sería Alá.
En Costa Rica, mi madre, cuando yo ni recuerdo, me llevó donde el sacerdote y me untaron con agua la frente para declararme cristiano y católico. Luego, al ir creciendo, comenzaron a germinar muchas preguntas sin respuesta. Sentía en mi corazón que Dios existía, lo intuía. Realmente lo busqué en varias religiones. Los que me conocen bien porque han estado cerca, en algún momento me hicieron la broma “usted se mete a bautizarse en cada pileta que se encuentra en el camino”, sin duda una manera cariñosa de llamarme la atención. Hasta me bauticé en el TAO (El camino), para que tengan una idea. Pero esto en realidad fue una etapa de la vida, que imagino, sucede similar con esa persona que anda buscando amor, y como diría mi abuelo, se va con cualquiera que le guiña un ojo… Ahora bien, en este aspecto algún día tenía que madurar, y así fue.
Por esta razón, para mi cumpleaños –en el 2019-, determiné subir por novena vez al Cerro Chirripó y, simbólicamente, limpiarme en las aguas de Ditkevi de cualquier bautismo anterior que había efectuado más por control mental y condicionamiento social, que por un genuino entregar mi vida a Dios. En mi corazón se acrecentó una necesidad superior de establecer una relación espiritual personal con Dios, no validada por las organizaciones humanas a las que antes había pertenecido. En mi alma brotó una fe viva en Jesús, más allá del aprendizaje intelectual y la estructura organizacional con que las instituciones humanas dogmatizan la fe y se autoconstituyen en representantes de Dios y su Hijo en la Tierra.
En el Cerro Chirripó, cuando los aborígenes llamaron a esa laguna Ditkevi -lugar para tener acercamiento con Dios-, estuvieron acertados. Mientras me acercaba a la laguna, agradecí la combinación de sangre que corre por mis arterias y venas, pues me permitía comprender y respetar, e incluso respetar cuando no comprendía… No sé si los aborígenes sintieron lo mismo que yo sentí o lo vivieron en mayor intensidad, porque su sentimiento fue más genuino, sin el ruido que añade la información que vamos agregando a nuestra computadora mental… Lo verdadero es que yo sentí que era el lugar ideal para establecer una conexión directa con Dios.
Así que ahí estaba yo frente a la laguna, una mañana solitaria. Un frente frío había azotado al parque y la mayoría de la gente estaba resguardada en el Albergue Base Crestones… Pensé “más perfecto, para mi propósito, no pudo ser…”